Definiciones ostensivas y definiciones verbales

Las definiciones más comunes (las que encontramos en los diccionarios, por ejemplo) son verbales:
comunican el significado de una palabra a través de otras palabras. Pero existe otro modo de definir una palabra. Cierta tira cómica mostraba una vez un jugoso diálogo entre la profesora de filosofía y una alumna:
Profesora: La filosofía no tiene por
objeto proporcionar respuestas, sino enseñar a formular buenas preguntas.
Alumna: ¿Qué es una buena pregunta?
Profesora: Ésa es una buena pregunta.
Dejando de lado la gracia bastante sutil del chiste, la profesora no explicó cuáles son las características que hacen que califiquemos una pregunta como buena, sino que señaló un ejemplo de lo que podía entenderse por “buena pregunta”. Esta es una definición ostensiva (del latín ostendere, mostrar).
En efecto, este tipo de definición tiende a mostrar ejemplos, de modo que generalmente
requiere algún tipo de gesto (señalar con el índice, por ejemplo).
Se trata de un caso especial de lo que alguna vez se ha llamado función explicativa del ejemplo.
La persona a quien el ejemplo va dirigido aísla, mediante una operación intelectual propia, las
características definitorias del caso propuesto, a la vez que desecha toda cualidad ajena al concepto genérico principal. Con el fin de facilitar esta operación, se proponen a veces varios ejemplos cuyas características concomitantes difieren. Así, si queremos proporcionar una definición ostensiva de la palabra “papel”, podemos señalar los siguientes ejemplos:
una hoja de cuaderno en blanco
la página de un libro
un pliego de papel de seda
Nuestro interlocutor, entonces, desechará las cualidades que no son comunes a todos los ejemplos, tales como:
tamaño
forma
rayado
escritura
resistencia
transparencia
Muchas veces, sin embargo, se propone un solo ejemplo y se deja librada al buen sentido del oyente la aprehensión de sus características definitorias, en la confianza de que podrá llevar a cabo la operación relacionando el caso propuesto con la expresión a definir, que se supone al menos parcialmente comprendida de antemano.
Una vez en posesión de tales características, estaremos en condiciones de aplicarlas por analogía a otros objetos. En el caso anterior, verbigracia, podremos llamar papel al de diario, al manteca y al canción.
Claro está que el ejemplo, como método de definición, no tiene una precisión comparable al de
la definición verbal. Los ejemplos, por sí solos, constituyen un medio poco seguro de transmitir los conceptos, porque la delimitación de las características definitorias depende del juicio más o menos aleatorio de quien recibe la definición ostensiva. Así, el que hubiese aprehendido el concepto “papel” por medio de los ejemplos anotados más arriba puede llamar papel a una lámina de celuloide, o excluir de tal denominación al papel de embalar por ser de distinto color que aquellos que se le propusieron como ejemplos. Esta insuficiencia hace que muchos se resistan a llamar definición a la ostensiva; pero, como ya estamos en condiciones de juzgar, tal controversia no versa sobre la realidad sino acerca de clasificaciones (concretamente, sobre la definición de “definición”), y es, por lo tanto, una cuestión de mera preferencia.
Lo expuesto llevaría a suponer que es mejor recurrir a las definiciones verbales que utilizar las ostensivas. Algo de esto hay, por cierto; pero ocurre que también las definiciones verbales tienen su inconveniente.
Supongamos, en efecto, que buscamos en el diccionario una definición verbal de “osería”, y la
encontramos: “cacería de osos”. En lugar de una palabra, tenemos ahora tres. Buscamos “cacería”:
“partida de caza”. Buscamos “oso”: “mamífero carnicero plantígrado”. Ya son seis palabras. A medida que requiramos definiciones de cada una de las palabras que hallamos en cada definición,
encontraremos más palabras y nuestro problema no hará más que multiplicarse. Si tenemos la paciencia de seguir el juego indefinidamente veremos que las palabras empiezan a repetirse y que, en resumidas cuentas, las definiciones del diccionario dependen unas de otras de manera circular.
Resulta de aquí que, si nos encontramos con un individuo que no conoce una sola palabra de
castellano, será inútil proporcionarle un diccionario: las vinculaciones entre unas definiciones y otras formarán un blindaje que su ignorancia no podrá penetrar. Nosotros sí podemos, porque conocemos de antemano una buena cantidad de las palabras con que el diccionario define las demás.
Pero ¿cómo llegamos a conocer el significado de esas palabras?
A través de definiciones ostensivas. La educación que hemos recibido desde el momento mismo
de nuestro nacimiento está repleta de definiciones ostensivas, no siempre deliberadas, que vamos
extrayendo de las conversaciones de nuestros mayores. Un ejemplo muy claro de este procedimiento
aparece en un clásico de la cinematografía infantil: la película Bambi, de Walt Disney. En ella el conejo Tambor enseña a hablar al pequeño Bambi; le muestra una mariposa, y luego una flor, a la vez que pronuncia sus nombres. Pero el cervatillo no capta rápidamente los límites de cada concepto, y así llama flor a un simpático zorrino, que termina adoptando “Flor” como nombre propio.
Las definiciones ostensivas, en resumen, resultan indispensables para aprender un lenguaje sin
tomar otro lenguaje como punto de apoyo; pero salvada esta etapa es preferible, cuando se puede,
acudir a las definiciones verbales.

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