Historia de Sócrates


Para mis alumnos de 4º medio, espero sus cometarios.
Sócrates era un sabio que vivió en Grecia en el siglo V a. C. y más concretamente en Atenas. Desde muy joven llamó la atención de los que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de la fina ironía con la que hablaba en sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas.
Descubrió a Dios sin que na¬die se lo dijera. Al contrario, cuando
él era pequeño le explicaron que había multitud de dioses a los cuales podía observar en grandes estatuas como Júpiter, Neptuno, Venus….
Cuando Sócrates creció y vio tantas cosas maravillosas, como el sol, el mar, las planta, los animales y lo más extraordinario, el mismo hombre, con su cuerpo y su mente, se dijo a sí mismo que esos dioses de piedra no podían haber hecho todo eso. ¿Cómo iba una piedra a hacer el mar? ¿Cómo podían los hombres hacer el sol? Sócrates veía el maravilloso orden de las estrellas, y de su mismo cuerpo que podía caminar, mirar, oír, trabajar y hablar y se decía a sí mismo: tiene que haber un Dios sabio, bueno y poderoso que haya hecho todo esto, tan bien y tan ordenado.
Sócrates se juntaba con las gentes, con los mayores y con los muchachos, y les empezó a preguntar si las cosas se podían hacer solas. Les preguntó: ¿Un gran templo se pudo hacer solo?
Le contestaron: No, Sócrates, lo construyeron grandes arquitectos y multitud de trabajadores.
Bueno, les dijo Sócrates, una casa sí se pudo hacer sola.
No, Sócrates, aunque sea pequeña, necesitó albañiles que la hicieran.
Ya sé, mis sandalias, tan chicas, esas sí se hicieron solas.
No, Sócrates, ninguna cosa se hace sola.
¿Están seguros?
Sí, Sócrates, estamos seguros.
Sócrates preguntó: El sol, la luna y las estrellas, la tierra y el mar, ¿se hicieron solos?
No sabían que contestarle.
Un muchacho dijo: ¿Los harían nuestros dioses?
Sócrates les dijo: Yo creo que no, pues son de piedra, y a ellos los hicieron los hombres.
Luego Sócrates preguntó: ¿A los hombres, quién los hizo?
Le contesto uno: sus padres.
Muy bien, dijo Sócrates, tú vienes de tu padre, ¿y tu padre? De mi abuelo, ¿y tu abuelo? De mi bisabuelo... ¿y tu bisabuelo? De mi tatarabuelo, ¿y tu tatarabuelo? De mi chozno, ¿y tu chozno? De mi bichozno, ¿y tu bichozno? De mi tátara chozno.
Así podemos seguir, dijo Sócrates, pero tuvo que haber unos primeros hombres, ¿A esos quién los hizo? No se pudieron hacer solos, pues ya dijimos que las cosas no se hacen solas y menos, algo tan complicado como un hombre que puede correr, pensar y hablar, ¿no es así?
Sí, Sócrates, le dijeron los muchachos, pensamos que tienes razón que tiene que haber un Dios supremo que haya hecho todo y que haya hecho al hombre. Algunas personas se empezaron a ir, pero los muchachos estaban muy interesados. Sócrates les preguntó: Si yo tomo unas tablas y las lanzo hacia arriba, ¿saldrá una mesa?
No; Sócrates, no seas tonto.
Lanzando piedras y madera, ¿saldrá una casa?
Menos, Sócrates.
¿Creéis que el Sol, la Luna y las estrellas están en orden?
Sí, Sócrates, en perfecto orden, ¿no sabes astronomía?
Las plantas y los animales ¿son organismos ordenados?
Sí, Sócrates, ¿no sabes Botánica y Zoología?
Decidme y el organismo del hombre ¿está bien ordenado?
Sí, Sócrates, por eso podemos comer, ver y construir mesas y casas.
¿Quién ordenó el Sol, la Luna y las estrellas y el cuerpo de una abeja? Le contestaron: el Dios que tú dices.
Muy bien, les dijo Sócrates, si las cosas no se hacen solas y las cosas no se ordenan solas y hay tantas cosas tan bien ordenadas, las tuvo que ordenar un Dios al que hay que admirar y buscar.

Había en Grecia muchos sabios, les gustaba hablar y que la gente los escuchara, les gustaba tener muchos discípulos; pero los muchachos empezaron a seguir a Sócrates y los demás se fueron quedando sin personas con las que hablar.
¿Qué sintieron esos sabios...? Muy bien, sintieron enojo, y envidia. Entonces decidieron invitar a Sócrates a su lugar de reunión. Querían enredarlo y dejarlo callado. Sócrates era bajo de estatura y humilde, así que llegó a la gran reunión un poco impresionado
¡Sócrates!, le dijo uno de los sabios, ¿qué andas enseñando? ¿Qué hay un Dios que no es ninguno de los nuestros y que ese Dios tuyo hizo todo, lo ordenó y nos hizo también a nosotros?
Sí, les dijo Sócrates y les repitió sus razonamientos.
¿Ellos querían comprender o no?... No querían porque eran orgullosos.

Un sabio le dijo a Sócrates: Dime, Sócrates, ¿tú has visto a ese tu Dios? Nosotros tenemos nuestros dioses, sus grandes estatuas. ¿Tú has visto a tu Dios?
Sócrates dijo: No, no lo he visto nunca.
El sabio le volvió a preguntar: ¿Conoces alguna persona que haya visto a tu Dios supremo?
Sócrates dijo: No.
El sabio le dijo a Sócrates: Mira Sócrates, si nadie ha visto a tu Dios, tu Dios no existe. Las cosas que no se ven no existen.
Un sabio le preguntó a Sócrates ¿Has visto una sirena?
Sócrates dijo: No, no la he visto.
El sabio le dijo: Las sirenas son sólo imaginaciones, no existen. Por eso nadie las ha visto, así es tu Dios: pura imaginación.
Sócrates no hallaba qué contestar y los sabios con estrépito le dijeron que se fuera y que no anduviera enseñando falsedades.
Sócrates se salió y se fue caminando solo, salió de Atenas y se fue rumbo al mar que estaba cerca, allí se sentó junto a un árbol y se puso a ver el mar y a pensar cómo iba a probar que su Dios existía, aunque nadie lo hubiera visto.
Estaba pensando cuando se desató un fuerte viento, las olas reventaban furiosas, la arena volaba y su árbol se doblaba.
Entonces Sócrates encontró la solución. Ya sabía qué les iba a responder a los sabios. Saltó de gusto y se puso feliz. Díganme ¿qué se le ocurrió a Sócrates? Muy bien, que podemos saber que el viento existe por lo que hace, aunque no se vea.
Sócrates esperó a que amainara un poco el vendaval y con paso rápido se fue hacia Atenas, sujetando su túnica, pues todavía hacía viento.
Al llegar al lugar de reunión de los sabios, entró feliz y le preguntó al sabio que le había cuestionado la existencia de Dios.
Señor sabio ¿qué acaba de pasar en Atenas?
El le contestó: Hubo un gran viento, Sócrates, ¿no te diste cuenta cómo quedó la ciudad?
Sócrates le dijo: No, señor sabio, siento decirle que no pasó nada.
Ya te decía, Sócrates, que estás loco, ¡no pasó nada! Hubo un gran viento y todos lo saben
Señor sabio ¿usted ha visto el viento? ¿Conoce a alguien que lo haya visto?
El sabio se dio cuenta que Sócrates lo iba a dejar sin respuesta y se empezó a enojar.
Señor sabio ¿cómo sabe que existe el aire y el viento? ¿No es porque vemos lo que hace? Sí, señor sabio, hay cosas que no se ven y existen. ¿Ha visto Ud. la música? ¿De qué color es? ¿Ha visto Ud. el aroma de un perfume? ¿Es cuadrado o es redondo? ¿Ha visto el frío o el calor? No me diga que Ud. se abriga para protegerse de algo que no existe.
Mucha gente que había visto salir a Sócrates triste y que lo había visto volver contento, se asomó a ver qué pasaba y ahora estaban alborotando a favor de Sócrates.
Los sabios estaban enojados y al que le estaba preguntando estaba furioso.
Sócrates le preguntó: Señor sabio de Grecia, me va Ud. a decir ¿qué diferencia hay entre un sabio y un burro?
El sabio enojado le dijo: El sabio tiene mucha inteligencia y el burro no tiene inteligencia.
Sócrates entonces le dijo: Siento decirle, señor sabio, que según lo que Ud. dice, la inteligencia no existe, porque nadie la ha visto. Usted ¿ha visto la inteligencia? ¿Me puede decir si es larga o corta, si es redonda o cuadrada? Si la inteligencia no se ve, no existe. Por tanto usted señor sabio es igual que un burro, porque se distingue en algo que no existe.
¿Cómo estaban los sabios? ¿Qué decidieron una vez que se fue Sócrates...? Muy bien, eso, decidieron matarlo.